Tras los Ibex de Kyrgyzstan

mayo 07, 2019

 

Un destino único e insólito que enamora a los más aventureros y amantes de la naturaleza. Si estás pensando en viajar a Kirguistán es seguro que te gustan las experiencias fuertes, las altas montañas, la improvisación y espontaneidad de los habitantes locales. Kirguistán tiene una fuerte cultura nómada y podrás sumergirte en ella. El país de los caballos salvajes, de las yurtas, los enormes espacios abiertos y del rey de la montaña…El Ibex del Tian Shan.

Por fin el ansiado día, acordamos un punto de encuentro en el aeropuerto de Barajas, con la intención de pasar el control de armas. El grupo formado por Salva Ramirez (Arcaza TV hunting), Mauricio Pastor (Armeria Nieremberg), y el equipo Bowland, mi inseparable compañero de caza Jorge Sánchez y un servidor Juan Carlos Granadillo no podíamos ocultar la emoción ante la esperada aventura que daba comienzo. Tramites, papeleo y unas nueve horas de avión, mas una agradecida escala en Estambul nos llevaron a desembarcar en la ciudad de Bishkek capital de Kirguistán.

Partimos de Bishkek y tomamos la autovía que une la capital con la ciudad de Karakol, en el distrito de Issyk-Kul, en el sector más oriental del país. Hermosos paisajes, pueblos y construcciones típicas, tierras de cultivos varios y la vista de las impresionantes montañas de Kirguistán consumieron el tiempo de una manera más o menos aceptable.

Con el lago Issyk-Kul a nuestra espalda comenzamos a adentramos por sinuosos caminos de tierra que atravesaban altos puertos de montaña, algunos a más de 4000 m sobre el nivel del mar, para dirigirnos a la región de Kara Say, dando vistas de las nevadas montañas de la cordillera de Tian Shan.

Ocho horas y un control de pasaportes en un rudimentario puesto militar se sumaban a nuestro viaje, cuatro de ellas dando tumbos dentro de un 4x4. Por fin y 24 horas después de iniciar nuestro viaje en Madrid, divisamos al lado de un caudaloso río un conjunto de singulares edificaciones que formaban nuestro base camp.

Un par de cabañas que serían nuestros dormitorios, un grupo de típicas y humeantes yurtas para el personal y los guías, un antiguo y pesado vagón de tren donde se ubicaba el comedor, otro para el agradecido sauna y dos monstruosos camiones militares de la época soviética, que daban la apariencia de indestructibles nos esperaban tras el agotador viaje de ida.

El resto del día lo utilizamos en reconocer los alrededores, un pequeño descanso, y al final de la tarde una caja de cartón a 200 m nos sirve para reajustar los visores de nuestros rifles antes de irnos a la cama después de una merecida cena.

Nos levantamos de la cama y ya teníamos preparado un suculento desayuno. Dimos cuenta y preparamos nuestros equipos al mismo tiempo que los guías nos daban instrucciones y decidíamos como nos íbamos a organizar. Finalmente nos dividimos; Jorge y yo junto a Salva que será el encargado de la parte multimedia (fotos y grabaciones) nos dirigiremos a un campamento intermedio; mientras que Mauricio se quedará en el campamento base y realizará salidas diarias desde allí.

Cargamos las monturas con el equipo y las provisiones y emprendemos la marcha. La noche anterior había nevado y el paisaje era realmente impresionante. Montaña tras montaña, por caminos que los caballos (de contextura pequeña pero robusta) parecían conocer de memoria nos fuimos alejando del base camp. Pasado un tiempo ya comenzábamos a ver rebaños de marco polos en los valles y algún que otro ibex a lo lejos en las escarpadas laderas.

De repente y a una orden de unos de los guías, a pocos metros de coronar una cuerda, desmontamos y silenciosamente nos arrastramos hasta el borde…allí estaban, dos laderas más allá y en lo alto de un saliente, un gran rebaño de Ibex tomaba el sol y pastaban despreocupados. Nos separaban unos 900m, demasiado para intentarlo. Retrocedimos y dejamos que los guías debatieran sobre la mejor estrategia, al final se decidió que yo haría el primer lance e intentaría darles caza. Dos guías, un joven chaval que ejercía de traductor al inglés, Salva con su cámara al hombro y yo tomamos los caballos y comenzamos a dar un gran rodeo para intentar aproximarnos al rebaño, protegiéndonos del viento y tratando de no ser vistos, fuimos pasando de ladera en ladera dejando atrás terreno escabroso y profundos precipicios, una travesía que en condiciones normales no estoy seguro de que realizara. A unos metros de la cima desmontamos y continuamos reptando hasta el borde, allí seguían a unos 300m. Pero ya no parecían tan despreocupados, fue un poco difícil acordar con los guías la estrategia final, solo hablan ruso o kirguizio y algunas palabras sueltas en inglés, afortunadamente el lenguaje universal de las señas sigue muy vigente.

Para cuando trate de meter al ibex de mayor tamaño en el visor, el grupo ya había iniciado la huida.

Así que continuamos nuestro camino hacia el campamento intermedio mientras intercambiábamos opiniones sobre el fallido lance y con la esperanza de cruzarnos con algún grupo de animales que nos dieran nuevamente la oportunidad de un lance.

Ocho horas después de salir del base camp desmontamos en nuestro destino, nuevamente un viejo y robusto vagón con la cocina y literas para los guías, una cabaña dormitorio, un destartalado establo y la insufrible letrina que completaba el conjunto.

La expresión en la cara de los guías nos sugería que algo no andaba del todo bien; para nuestra sorpresa un hambriento Oso había destrozado la contraventana del vagón, realizando una furtiva incursión para calmar su apetito, literalmente había arrasado con todo, restos de verduras y provisiones, platos y vasos en el suelo, mobiliario roto, todo patas arriba, una imagen que describía perfectamente la aventura que vivíamos.

Gracias al buen hacer de nuestros guías kirguizios al poco rato estábamos cenando con lo recuperado, en un ambiente limpio y cálido donde no había rastros de la hecatombe anterior, aun así, las provisiones devoradas por el Oso nos hicieron extrañar parte de la comida y en especial los sobres de alimentos liofilizados que dejamos en el base. 

Afrontamos el nuevo día con grandes bríos, antes del alba ya nos dirigíamos a nuestros destinos, con la ilusión de alcanzar nuestros preciados trofeos.

Jorge y sus guías ponían rumbo a un valle situado entre los altos picos de la cordillera, en dirección hacia dónde nos indicaban que estaba la frontera con China. Mi grupo formado por un guía, el traductor y Salva con su inseparable equipo fotográfico desandamos camino para ir realizando entradas en los diferentes valles y lenguas de ríos que discurrían entre las montañas.

 Así en nuestros caballos y protegiéndonos con las paredes de la montaña zigzagueábamos en busca de algún buen ejemplar, cuando un grupo formado por unos cuatro machos nos avisto y corrieron colina arriba hasta coronar la empinada cima.

Tras una fatigosa ascensión, nueva huida de los ibex, vertiginoso descenso y otra nueva aproximación a los Ibex, comenzamos el rececho final hundiéndonos hasta los tobillos en la nieve. Pero nuevamente nos descubrieron e iniciaron su huida. Rápidamente avanzo unos metros y rodilla en tierra utilizo una gran roca como apoyo, calculo unos 400m, ajusto los clics del visor y apunto, a través de este y sobre la cruceta distingo la figura de un robusto ibex con una gigantesca cornamenta que no paraba de correr; disparo…gira a su derecha mientras el resto le sigue, intacto me indica Salva, está a unos 650 m pero no paran en su huida, no hay tiempo de mover la torreta, compenso manualmente, lo intento de nuevo, otro disparo a la carrera, otro fallo…maldición! La expresión de los rostros de mis compañeros son todo un poema, muy cerca con el segundo disparo me dice Salva.  Revisamos la grabación y efectivamente se ve la reacción del macho y el impacto en la nieve a pocos cm a la derecha del animal, era un ejemplar impresionante.

El día transcurre sobre los lomos de los caballos, kilometro tras kilometro avanzamos por la cuerda de la cordillera en busca de otra oportunidad. En el ecuador del día, localizamos un nuevo rebaño del que nos separaban 900m de distancia y un profundo barranco. Intuía que el guía se devanaba los sesos buscando una ruta para ganar metros, realizamos varios intentos, a pie, a caballo, nuevas

mediciones, desplazándonos a través de difícil e irregular terreno, inexplicablemente la distancia nunca bajaba de 650m. Tarde y con pocas horas de luz para el regreso, el guía decidió abandonar y volver a probar suerte al día siguiente.

 Al llegar al campamento el GPS de mi reloj marcaba 43 km, el sol caía ya sobre el pequeño valle, la oscuridad avanzaba por todos lados, menos alrededor de mi compañero Jorge, una gran sonrisa de satisfacción iluminaba su cara y eso solo podía significar una cosa, lo había logrado. Sin mediar palabras nos fundimos en un caluroso abrazo, justo antes de que un torrente de palabras saliera incontrolable de su boca para hilvanar su emocionante relato de cómo había dado caza a su preciado Ibex.


    La fila de monturas avanzaba lentamente a medida que los primeros rayos del sol despuntaban tras las montañas, nos dirigíamos al último lugar donde avistamos los ibex el día anterior, con la esperanza de que efectivamente hubiesen hecho noche en la meseta y aun se encontraran en los alrededores.

      No nos decepcionaron, allí estaban. El guía, el traductor, Salva con su equipo multimedia a cuestas y yo formábamos la avanzadilla final. Rápidos pero silenciosos cubrimos la distancia que nos separaba hasta colocarnos a unos 200m del gran grupo de Ibex.

      Por medio de señas acordamos el ejemplar a disparar. Coloque mi bípode, verifique los aumentos asenté mi rifle sobre el terreno, cuidadosamente coloque la cruceta del visor sobre el codillo del animal y dispare… para mi sorpresa, el animal corría ladera arriba sin aparente daño, inexplicablemente lo había fallado.

      En medio de mi estupor oía al guía dar instrucciones -the second one, the second one-… no, no, now the third, the third- todo era confusión mientras los ibex pasaban raudos a través de mi visor dirigiéndose a la cima de la colina.

      Tranquilízate!!!- me dije y comprendiendo que aquella podía ser mi última oportunidad en este viaje, un robusto ibex con una gran mancha blanca en el lomo llamo mi atención, me pareció bueno y decidí centrarme en él. Sabiendo lo veloces que eran calcule que esta vez ya estarían a unos 350m, compense, apunte y dispare... un par de leves palmadas en la espalda y el hecho de que el ibex se separó del grupo me parecieron buena señal, aun así, el ibex logro coronar la cuerda y desaparecer.

      Nos dirigimos hacia donde el ibex había traspasado la cuerda, con mi guía y yo a la cabeza cuando vimos que las ansias del segundo guía le hicieron tomar un atajo y coronar la cima antes que nosotros. Claro está, el ibex que estaba echado al otro lado, lo vio y desapareció.

      La enorme extensión de terreno que se presentaba frente a nosotros era verdaderamente desalentadora y las minúsculas gotas de sangre que nos servían de guía presagiaban un difícil rastreo. Durante horas y minuciosamente, avanzando pocos metros y retrocediendo de nuevo, a

      gachas, a pie y otras veces a caballo continuamos atravesando colinas, ríos, cañadas y barrancos tras el rastro.

      Ya con la moral un poco tocada decidimos separarnos en dos grupos, sinceramente el pesimismo se apoderaba de mí y ya casi daba por perdido el animal.

      Aproximadamente una hora después y por medio de los radios el segundo grupo nos indicó un punto de encuentro, nos dirigimos allí un poco expectantes, unos cientos de metros antes de llegar, divisamos la figura de un jinete a todo galope. Ibex caput! Ibex caput! ¡finito, finito, finito!!!  gritaba incansable en una extraña mezcla de idiomas mientras casi me derriba de mi caballo en un aparatoso abrazo.

      Los últimos doscientos metros para llegar a mi preciado tesoro representaron para mí un descomunal esfuerzo, subiendo por una empinada cañada que para mí parecía tener miles de grados de inclinación, con grandes piedras que suponían constantes rodeos y decenas de paradas para recobrar el aliento. Para terminar de hundir mi moral, Jorge y Salva subieron por allí como verdaderos talibanes y coronaron la cima bastante más rápido y fácil que yo, para cuando llegue todos descansaban plácidamente, apiñados frente al animal, entre risas se apartaron y entonces ante mis ojos apareció la inolvidable y ansiada figura de mi Ibex, con su gran mancha blanca sobre el lomo gris y sus largos y afilados cuernos.

      Emocionante es poco, una imagen que permanecerá en mi memoria por siempre, la culminación de un sueño, de un gran esfuerzo que te lleva al límite de lo físico y lo mental…No era el más grande, no era el más robusto…pero era mi ibex. No sé cuántas fotos y en cuantas poses distintas, en solitario, con Jorge y Salva, con los guías; cientos de fotos después emprendimos el largo regreso al campamento con la enorme satisfacción de haber cumplido.

      El regreso al campamento base resulto totalmente distendido, absortos en el paisaje y plenos de satisfacción contemplábamos al detalle cada rincón del camino: impresionantes y gigantescos picos que formaban interminables cordilleras coronadas por perennes nieves, llanuras atravesadas por caudalosos ríos y laderas pobladas por sugerentes rebaños de marco polos. Pero de esa mañana sobre todo recuerdo el perturbador silencio y la infinita inmensidad que no dejaban de recordarme lo alejados que estábamos de la civilización.

      Nuestro reencuentro con Mauricio fue el culmen de una cacería perfecta, entre abrazos y algarabía nos hizo saber que había cobrado una magnifica pieza el segundo día de su estancia en el campamento. Interminables narraciones de los lances se repetían de nuevo como si no hubiesen sido contadas 10 veces, llenándonos de satisfacción a cada relato. Paseos alrededor del campamento, descansos, largas sesiones de sauna, tranquilas comidas y un sueño reparador consumieron el día restante de nuestra estancia en este maravilloso lugar.

      Regreso a Bishkek, una agradable cena con los representantes de la orgánica Beck’s Hunting, todo antes del tedioso vuelo a Madrid.

      Así dejamos Kirguistán, el país de las 40 tribus, representadas todas en las llamas que fluyen del circulo solar presente en su bandera, el país donde el horizonte más que nunca se hace infinito; el aire adquiere una pureza que hace daño en las fosas nasales y el azul del cielo parece pintado.

      Allí te invade una placentera sensación de libertad, en estos espacios abiertos y poderosos alejados de toda ruta convencional parece como si los problemas mundanos ya no existieran. Al abandonarlo ya sientes la melancolía, la nostalgia, nos vamos con la clara convicción de que en el futuro volveremos a disfrutar de estas tierras, de su gente, su hospitalidad y su naturaleza casi intacta…La excursión a por el marco polo ya ronda en nuestras cabezas.

       

       

       

                                                                                                                                                                                                       Juan Carlos Granadillo Canelon